lunes, 15 de marzo de 2010

Jean-Philippe


Jean-Philippe probablemente ha muerto, probablemente ya lo estaba cuando le conocí, sin embargo dejarme que os lo presente. Jean era el casero de mi amigo Oscar y entre otras cosas vivía infelizmente casado con Diana, dedicando su existencia a morir un poco cada día, mientras su señora alternaba, unas esporádicas clases de ingles, con su síndrome de Diógenes (esto último le ocupaba mucho tiempo y le daba mucho encanto a la casa de mi amigo).

Dichos caseros tenían la sana costumbre de abandonar la casa y de vez en cuando volver al hogar para compartir piso con su inquilino, la primera vez al marcharse simplemente dejaron una nota en uno de los salones que ponía “No entrar, solo oscar puede entrar para tocar el piano”. Días mas tarde volvieron y pasaron un temporada en la casa, volvieron a marcharse, y así periódicamente, unas veces, venían juntos, otras solo Jean-Philippe dispuesto a gastar sus días y los restos de su vida fumando y tosiendo, tumbado en su sofá, disfrutando de su colección de música, realmente maravillosa, que en sus ausencias jamás pudimos encontrar.

Venían 15 días, una semana, tres días, los que fuesen y desaparecían, discutían, impregnaban la casa de humo y desesperación, porque aquellos caseros hacia mucho que eran un matrimonio condenado a odiarse, y como he dicho marchaban, volvían a Inglaterra, y oscar y yo vivíamos sus escapadas jugando como niños, buscando tesoros, explorando, pues aquella casa era el sueño de los curiosos: libros, partituras, recuerdos, sueños, y una innumerable lista de objetos que uno nunca pudo imaginar y que ahora no se nombrar, porque quizá ni tenían nombre (¿como se llaman las fotos cortadas por la mitad para olvidar a alguien? deberían tener un nombre propio).

De aquellos tesoros me gustaban especialmente dos, un armario lleno de fotos y cartas (cartas que jamás nos atrevimos a leer) y mi disfraz de Jean-Philippe, aquellas fotos tanta veces ojeadas y ese traje, fueron la primera señal de lo que entendí mucho mas tarde, una lección fundamental, que nosotros quienes malgastamos muchos de nuestros días en Paris lamentándonos, no vimos en aquel entonces. Aquellas fotos hablaban y aquel traje de la juventud de Jean Philippe (que vestí una única noche, aquella que llamamos de Marlon Brando) dejaron en mi una semilla que poco a poco fue creciendo hasta el día de hoy y por el resto de mi vida.

Aquellas fotos mostraban un Jean-Philippe muy distinto de aquel que conocimos, un hombre joven y guapo, que había viajado por el mundo y había disfrutado de la vida, siempre rodeado de mujeres también jóvenes y hermosas, nosotros comentábamos las fotos intuyendo los lugares y las situaciones. Hoy día recordamos especialmente aquellas en las que aparecía con una vespa, y una chica rubia, que bien podría ser la protagonista de La dolce vita.

De aquellas fotos imaginamos que habían recorrido Italia en moto y otras muchas cosas, yo por mi parte siempre vi en aquella mujer un hermoso reflejo de lo que hoy era la querida y sin embargo odiada esposa de Jean. De aquello no quedaba nada, ni Juventud, ni belleza, ni lo que es mas importante "vida", no quedaba vida señores, el casero de oscar hacia mucho que yacía muerto en aquel sofá, como he dicho fumaba, tosía, discutía, pero en aquella soledad voluntaria no quedaba nada.

Con tristeza escribo estas palabras porque realmente convivimos con un fantasma del pasado que de vez en cuando regresaba al hogar para atormentarnos, y que nosotros ignorantes nunca le prestamos atención, miramos a través de el en sus fotos, yo prácticamente me puse en su zapatos una noche, lleve el traje de aquel muerto viviente, mientras su alma torturada hacia ruidos en el salón para recordarnos que la vida se nos escapaba sin darnos cuenta.

Aquellas visitas nunca calaron en nosotros y sin embargo Jean-Philippe hoy va conmigo a todas partes, a un lado en hombre joven que fue y al otro el viejo decrepito que se dejo morir en vida, siempre miro a los lados, y me pregunto en que momento vino a visitarme, pienso que a todos nos visita para recordarnos el futuro y el pasado, y como fue dejarse la vida en el camino. Un día Jean-Philippe vendrá para quedarse y quizá esta vez como en un relato de Lovecraft lo descubramos con horror en el reflejo del espejo.

Damián R. Fuentes 

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