miércoles, 17 de marzo de 2010

Delibes, el hombre, ha muerto.

Hace una semana falleció un grande, un gran creador, como dijo mi maestro: "un hombre capaz de escribir sin disfrazarse de escritor"

Como despedida, que mejor que las palabras que dejó Delibes como introducción a sus obras completas.

Después de El hereje.

Aunque viví hasta el 2000..., el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica La Luz. Esto es, los últimos años literariamente no le sirvieron de nada.

El balance de la intervención quirúrgica fue desfavorable. Perdí todo: perdí hematíes, memoria, dioptrías, capacidad de concentración... En el quirófano entró un hombre inteligente y salió un lerdo. Imposible volver a escribir. Lo noté enseguida. No era capaz de ordenar mi cerebro. La memoria fallaba y me faltaba capacidad para concentrarme. ¿Cómo abordar una novela y mantener vivos en mi imaginación, durante dos o tres años, personajes con su vida propia y sus propias características? ¿Cómo profundizar en las ideas exigidas por un encargo de mediana entidad? Estaba acabado. El cazador que escribe se termina al tiempo que el escritor que caza. Me faltaban facultades físicas e intelectuales. Y los que no me creyeron y vaticinaron que escribiría más novelas después de El hereje, se equivocaron de medio a medio. Terminé como siempre había imaginado: incapaz de abatir una perdiz roja ni de escribir una cuartilla con profesionalidad.

No me quejaba. Otros tuvieron menos tiempo. Al fin y al cabo, setenta y ocho años son bastantes para realizar una obra. Le di gracias a Dios, que me permitió terminar El hereje, y me dediqué a la vida contemplativa. Las cosas que intenté no eran serias. Con mi hijo Miguel hicimos un libro sobre el cambio climático, en el que no intervine más que para hacer preguntas propias de un ciudadano preocupado, pero no aporté una sola idea. En Muerte y resurrección de la novela di a la estampa algo que tenía hecho para dar la sensación de que trabajaba, de que aún disponía de una vida activa.
Los optimistas que sobreviven a un cáncer suelen decir que lo vencieron. Yo no me atrevo a tanto. Los cirujanos impidieron que el cáncer me matara, pero no pudieron evitar que me afectara gravemente. No me mató pero me inutilizó para trabajar el resto de mi vida. ¿Quién fue el vencedor?

Y bien: cuando mi obra, dicho lo dicho, está concluida, y por tal la doy, veo con satisfacción que los prestigiosos editores de Círculo de Lectores y Ediciones Destino se ocupan ahora de recopilarla y reunirla en los siete volúmenes que van a configurar esta serie. Cada volumen, además, irá prologado por un destacado estudioso de mi obra. ¿Qué hacer sino sentirme halagado y agradecido? Si mi primera novela apareció en 1948 —hace ahora sesenta años— y la última en 1998, ha sido media centuria, la segunda del siglo XX, la que me he ocupado escribiendo y publicando libros. Y siempre con el beneplácito de mis lectores. También a ellos, y a cuantos ahora se asomen a las páginas de estas Obras completas, quiero agradecer sinceramente su benevolencia y fidelidad.

martes, 16 de marzo de 2010

Frases Míticas


La frase de la semana me la descubrió mi querido amigo Sergio (Dr. Pollo), quien a su vez la descubrió en una representación de Macbeth, una semana después y ya superado el envenamiento que le supuso, fue capaz de verbalizarlo, en la obra decían: "En la vida todo es miedo y nada es amor"

Ilustración del artista polaco Tomek Karelus

lunes, 15 de marzo de 2010

Jean-Philippe


Jean-Philippe probablemente ha muerto, probablemente ya lo estaba cuando le conocí, sin embargo dejarme que os lo presente. Jean era el casero de mi amigo Oscar y entre otras cosas vivía infelizmente casado con Diana, dedicando su existencia a morir un poco cada día, mientras su señora alternaba, unas esporádicas clases de ingles, con su síndrome de Diógenes (esto último le ocupaba mucho tiempo y le daba mucho encanto a la casa de mi amigo).

Dichos caseros tenían la sana costumbre de abandonar la casa y de vez en cuando volver al hogar para compartir piso con su inquilino, la primera vez al marcharse simplemente dejaron una nota en uno de los salones que ponía “No entrar, solo oscar puede entrar para tocar el piano”. Días mas tarde volvieron y pasaron un temporada en la casa, volvieron a marcharse, y así periódicamente, unas veces, venían juntos, otras solo Jean-Philippe dispuesto a gastar sus días y los restos de su vida fumando y tosiendo, tumbado en su sofá, disfrutando de su colección de música, realmente maravillosa, que en sus ausencias jamás pudimos encontrar.

Venían 15 días, una semana, tres días, los que fuesen y desaparecían, discutían, impregnaban la casa de humo y desesperación, porque aquellos caseros hacia mucho que eran un matrimonio condenado a odiarse, y como he dicho marchaban, volvían a Inglaterra, y oscar y yo vivíamos sus escapadas jugando como niños, buscando tesoros, explorando, pues aquella casa era el sueño de los curiosos: libros, partituras, recuerdos, sueños, y una innumerable lista de objetos que uno nunca pudo imaginar y que ahora no se nombrar, porque quizá ni tenían nombre (¿como se llaman las fotos cortadas por la mitad para olvidar a alguien? deberían tener un nombre propio).

De aquellos tesoros me gustaban especialmente dos, un armario lleno de fotos y cartas (cartas que jamás nos atrevimos a leer) y mi disfraz de Jean-Philippe, aquellas fotos tanta veces ojeadas y ese traje, fueron la primera señal de lo que entendí mucho mas tarde, una lección fundamental, que nosotros quienes malgastamos muchos de nuestros días en Paris lamentándonos, no vimos en aquel entonces. Aquellas fotos hablaban y aquel traje de la juventud de Jean Philippe (que vestí una única noche, aquella que llamamos de Marlon Brando) dejaron en mi una semilla que poco a poco fue creciendo hasta el día de hoy y por el resto de mi vida.

Aquellas fotos mostraban un Jean-Philippe muy distinto de aquel que conocimos, un hombre joven y guapo, que había viajado por el mundo y había disfrutado de la vida, siempre rodeado de mujeres también jóvenes y hermosas, nosotros comentábamos las fotos intuyendo los lugares y las situaciones. Hoy día recordamos especialmente aquellas en las que aparecía con una vespa, y una chica rubia, que bien podría ser la protagonista de La dolce vita.

De aquellas fotos imaginamos que habían recorrido Italia en moto y otras muchas cosas, yo por mi parte siempre vi en aquella mujer un hermoso reflejo de lo que hoy era la querida y sin embargo odiada esposa de Jean. De aquello no quedaba nada, ni Juventud, ni belleza, ni lo que es mas importante "vida", no quedaba vida señores, el casero de oscar hacia mucho que yacía muerto en aquel sofá, como he dicho fumaba, tosía, discutía, pero en aquella soledad voluntaria no quedaba nada.

Con tristeza escribo estas palabras porque realmente convivimos con un fantasma del pasado que de vez en cuando regresaba al hogar para atormentarnos, y que nosotros ignorantes nunca le prestamos atención, miramos a través de el en sus fotos, yo prácticamente me puse en su zapatos una noche, lleve el traje de aquel muerto viviente, mientras su alma torturada hacia ruidos en el salón para recordarnos que la vida se nos escapaba sin darnos cuenta.

Aquellas visitas nunca calaron en nosotros y sin embargo Jean-Philippe hoy va conmigo a todas partes, a un lado en hombre joven que fue y al otro el viejo decrepito que se dejo morir en vida, siempre miro a los lados, y me pregunto en que momento vino a visitarme, pienso que a todos nos visita para recordarnos el futuro y el pasado, y como fue dejarse la vida en el camino. Un día Jean-Philippe vendrá para quedarse y quizá esta vez como en un relato de Lovecraft lo descubramos con horror en el reflejo del espejo.

Damián R. Fuentes