jueves, 31 de diciembre de 2015

Los días corren como caballos salvajes por las montañas. bukowski

Pasar el ultimo día del año releyendo a Bukowski no es un mal final. Cerramos el año con uno de sus mejores poemas.




Mujeres. Bukowski


Pulp. Bukowski



Pulp. Bukowski


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski


Bukowski


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski




El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski




El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Bukowski



So now. Bukowski


About pain. Bukowski


Te harder you try. Bukowski


Millionaires. Bukowski


Oh, Yes. Bukowski


Y la luna y las estrellas y el mundo. Bukowski


Cisne primaveral. Bukowski


Un poema es una ciudad. Bukowski



Hielo para las águilas. Bukowski


El gato. Bukowski



Bukowski


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cosas que hacen BUM. Kiko Amat

Lágrimas ajenas, que parece que no pesan nada, pero que están hechas de plomo. Y ese plomo lo llevamos en los bolsillos el resto de nuestra vida.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Soy mi cuerpo. Jaime Sabines

Soy mi cuerpo. Y mi cuerpo está triste, está cansado. Me dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen.

Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían.

Quiero dejar de pisar con los pies desnudos el frío. Échenme encima todo lo que tenga calor, las sábanas, las mantas, algunos papeles y recuerdos, y cierren todas las puertas para que no se vaya mi soledad.

Quiero dormir un mes, un año, dormirme. Y si hablo dormido no me hagan caso, si digo algún nombre, si me quejo. Quiero que hagan de cuenta que estoy enterrado, y que ustedes no pueden hacer nada hasta el día de la resurrección.

Ahora quiero dormir un año, nada más dormir.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Ausencia. Jorge Luis Borges


Habré de levantar la vasta vida 
que aún ahora es tu espejo: 
cada mañana habré de reconstruirla. 
Desde que te alejaste, 
cuántos lugares se han tornado vanos 
y sin sentido, iguales 
a luces en el día. 
Tardes que fueron nicho de tu imagen, 
músicas en que siempre me aguardabas, 
palabras de aquel tiempo, 
yo tendré que quebrarlas con mis manos. 
¿En qué hondonada esconderé mi alma 
para que no vea tu ausencia 
que como un sol terrible, sin ocaso, 
brilla definitiva y despiadada? 
Tu ausencia me rodea 
como la cuerda a la garganta, 
el mar al que se hunde.




miércoles, 25 de noviembre de 2015

True. Charles Bukowski

One of Lorca's best lines
is,
"agony, always
agony ..." 
think of this when you
kill a 
cockroach or
pick up a razor to 
shave 
or awaken in the morning
to 
face the
sun.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Último Round. Julio Cortázar

¿Quién los ve andar por la ciudad 
si todos están ciegos ? 
Ellos se toman de la mano: algo habla 
entre sus dedos, lenguas dulces 
lamen la húmeda palma, corren por las falanges, 
y arriba está la noche llena de ojos. 

Son los amantes, su isla flota a la deriva 
hacia muertes de césped, hacia puertos 
que se abren entre sábanas. 
Todo se desordena a través de ellos, 
todo encuentra su cifra escamoteada; 
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena 
hay una pausa en la obra de la nada, 


el tigre es un jardín que juega. 

Amanece en los carros de basura, 
empiezan a salir los ciegos, 
el ministerio abre sus puertas. 
Los amantes rendidos se miran y se tocan 
una vez más antes de oler el día. 

Ya están vestidos, ya se van por la calle. 
Y es sólo entonces 
cuando están muertos, cuando están vestidos, 
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos. 



miércoles, 4 de noviembre de 2015

Me besaba mucho, como si temiera. Amado Nervo

Me besaba mucho, como si temiera
irse muy temprano... Su cariño era
inquieto, nervioso. Yo no comprendía
tan febril premura. Mi intención grosera
nunca vio muy lejos
¡Ella presentía!
Ella presentía que era corto el plazo,
que la vela herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad
quería dejarme su alma en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad.

viernes, 30 de octubre de 2015

Lang Leav

Loving you is like being ten years old again, scaling a tree with my eyes bright and skyward, wanting only to get higher and higher, without a thought of how I would get back down.

lunes, 26 de octubre de 2015

LA CARTA EN EL CAMINO. Pablo Neruda


ADIÓS, pero conmigo 
serás, irás adentro
de una gota de sangre que circule en mis venas
o fuera, beso que me abrasa el rostro 
o cinturón de fuego en mi cintura. 
Dulce mía, recibe
el gran amor que salió de mi vida 
y que en ti no encontraba territorio 
como el explorador perdido
en las islas del pan y de la miel. 
Yo te encontré después 
de la tormenta, 
la lluvia lavó el aire
y en el agua 
tus dulces pies brillaron como peces.

Adorada, me voy a mis combates.

Arañaré la tierra para hacerte una cueva 
y allí tu Capitán
te esperará con flores en el lecho. 
No pienses más, mi dulce, 
en el tormento 
que pasó entre nosotros 
como un rayo de fósforo 
dejándonos tal vez su quemadura.
La paz llegó también porque regreso.
a luchar a mi tierra,
y como tengo el corazón completo
con la parte de sangre que me diste
para siempre,
y como
llevo
las manos llenas de tu ser desnudo, 
mírame,
mírame, 
mírame por el mar, que voy radiante, 
mírame por la noche que navego, 
y mar y noche son los ojos tuyos. 
No he salido de ti cuando me alejo. 
Ahora voy a contarte:
mi tierra será tuya, 
yo voy a conquistarla, 
no sólo para dártela, 
sino que para todos, 
para todo mi pueblo.
Saldrá el ladrón de su torre algún día. 
Y el invasor será expulsado. 
Todos los frutos de la vida 
crecerán en mis manos 
acostumbrados antes a la pólvora. 
Y sabré acariciar las nuevas flores 
porque tú me enseñaste la ternura. 
Dulce mía, adorada,
vendrás conmigo a luchar cuerpo a cuerpo 
porque en mi corazón viven tus besos 
como banderas rojas,
y si caigo, no sólo
me cubrirá la tierra
sino este gran amor que me trajiste
y que vivió circulando en mi sangre. 
Vendrás conmigo, 
en esa hora te espero, 
en esa hora y en todas las horas, 
en todas las horas te espero. 
Y cuando venga la tristeza que odio 
a golpear a tu puerta, 
dile que yo te espero 
y cuando la soledad quiera que cambies 
la sortija en que está mi nombre escrito, 
dile a la soledad que hable conmigo, 
que yo debí marcharme 
porque soy un soldado, 
y que allí donde estoy,
bajo la lluvia o bajo 
el fuego, 
amor mío, te espero, 
te espero en el desierto más duro 
y junto al limonero florecido:
en todas partes donde esté la vida, 
donde la primavera está naciendo, 
amor mío, te espero.
Cuando te digan "Ese hombre 
no te quiere", recuerda
que mis pies están solos en esa noche, y buscan 
los dulces y pequeños pies que adoro. 
Amor, cuando te digan
que te olvidé, y aun cuando 
sea yo quien lo dice, 
cuando yo te lo diga, 
no me creas, 
quién y cómo podrían 
cortarte de mi pecho 
y quién recibiría 
mi sangre
cuando hacia ti me fuera desangrando? 
Pero tampoco puedo
olvidar a mi pueblo. 
Voy a luchar en cada calle, 
detrás de cada piedra. 
Tu amor también me ayuda:
es una flor cerrada
que cada vez me llena con su aroma 
y que se abre de pronto
dentro de mí como una gran estrella.

Amor mío, es de noche.

El agua negra, el mundo 
dormido, me rodean. 
Vendrá luego la aurora 
y yo mientras tanto te escribo 
para decirte: "Te amo". 
Para decirte "Te amo", cuida,
limpia, levanta, 
defiende
nuestro amor, alma mía. 
Yo te lo dejo como si dejara 
un puñado de tierra con semillas. 
De nuestro amor nacerán vidas. 
En nuestro amor beberán agua. 
Tal vez llegará un día
en que un hombre 
y una mujer, iguales 
a nosotros, 
tocarán este amor, y aún tendrá fuerza
para quemar las manos que lo toquen. 
Quiénes fuimos? Qué importa? 
Tocarán este fuego
y el fuego, dulce mía, dirá tu simple nombre 
y el mío, el nombre
que tú sola supiste porque tú sola
sobre la tierra sabes
quién soy, y porque nadie me conoció como una, 
como una sola de tus manos,
porque nadie
supo cómo, ni cuándo 
mi corazón estuvo ardiendo:
tan sólo
tus grandes ojos pardos lo supieron, 
tu ancha boca, 
tu piel, tus pechos, 
tu vientre, tus entrañas 
y el alma tuya que yo desperté 
para que se quedara 
cantando hasta el fin de la vida.

Amor, te espero.

Adiós, amor, te espero.

Amor, amor, te espero.

Y así esta carta se termina
sin ninguna tristeza:
están firmes mis pies sobre la tierra,
mi mano escribe esta carta en el camino, 
y en medio de la vida estaré
siempre
junto al amigo, frente al enemigo, 
con tu nombre en la boca
y un beso que jamás 
se apartó de la tuya.

lunes, 5 de octubre de 2015

Jaime Sabines

Me doy cuenta de que me faltas 
y de que te busco entre las gentes, en el ruido, 
pero todo es inútil. 
Cuando me quedo solo 
me quedo más solo 
solo por todas partes y por ti y por mí. 
No hago sino esperar. 
Esperar todo el día hasta que no llegas. 
Hasta que me duermo 
y no estás y no has llegado 
y me quedo dormido 
y terriblemente cansado 
preguntando. 
Amor, todos los días. 
Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta. 
Puedes empezar a leer esto 
y cuando llegues aquí empezar de nuevo. 
Cierra estas palabras como un círculo, 
como un aro, échalo a rodar, enciéndelo. 
Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas, 
en mi garganta como moscas en un frasco. 
Yo estoy arruinado. 
Estoy arruinado de mis huesos, 

todo es pesadumbre.

viernes, 2 de octubre de 2015

Charles Bukowski. The Aliens

you may not believe it
but there are people
who go through life with
very little
friction or
distress.
they dress well, eat
well, sleep well.
they are contented with
their family
life.
they have moments of
grief
but all in all
they are undisturbed 
and often feel
very good.
and when they die
it is an easy
death, usually in their
sleep.
you may not believe 
it 
but such people do
exist. 
but I am not one of
them.
oh no, I am not one
of them,
I am not even near
to being
one of 
them 
but they are
there 
and I am 
here.

jueves, 1 de octubre de 2015

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Charles Bukowski


La gente está exhausta, infeliz y frustrada. la gente es
amarga y vengativa, la gente está engañada y temerosa,
la gente es iracunda y mediocre
y yo conduzco entre ellos en la autopista y ellos
proyectan lo que les han dejado de sí mismos
en su manera de conducir
algunos más odiosos, algunos más disimulados
que otros
a algunos no les gusta que los pasen, e intentan
evitar que otros lo hagan
-algunos intentan bloquear los cambios de carril
-algunos odian los coches más nuevos, más caros
-otros en esos coches odian los coches más viejos.
la autopista es un circo de emociones
pequeñas y baratas, es
la humanidad en movimiento, la mayoría
viniendo de un lugar que odia
y yendo a otro lugar que odia todavía más.
las autopistas nos enseñan en qué
nos hemos convertido y
muchos de los choques y muertes son la colisión
entre seres incompletos, entre vidas penosas
y dementes.
cuando conduzco por las autopistas veo el alma de
mi ciudad y es fea, fea, fea: los vivos han
estrangulado
su corazón.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Charles Bukowski

No es frecuente verlos
porque donde hay multitud
ellos
no están.

Esos tipos raros no son
muchos,
pero de ellos
provienen
los pocos
cuadros buenos
las pocas
buenas sinfonías
los pocos
buenos libros
y otras
obras.

Y de los
mejores de los
extraños
quizás
nada.

Ellos son
sus propias
pinturas
sus propios
libros
su propia
música
su propia
obra.

A veces me parece
verlos
por ejemplo
cierto viejo
sentado en cierto
banco
de una cierta
manera
o
un rostro fugaz
en un automóvil
que pasa
en dirección
contraria
o
hay un cierto movimiento
en las manos
de un chico o una chica
que empaqueta
las cosas
en el supermercado.

A veces
incluso es alguien
con quien estuviste
viviendo
algún tiempo,
te vas a dar cuenta
de una mirada rápida
y luminosa
que nunca
le habías visto
antes.

A veces
sólo notarás
su
existencia
repentinamente
en un
vívido
recuerdo.

Algunos meses
algunos años
después de que se hayan
ido.

Recuerdo
a uno:
Tenía unos
20 años
iba borracho a
las 10 de la mañana
se miraba en un
espejo
resquebrajado
de Nueva Orleans,
un rostro soñador
contra los
muros
del mundo

¿Qué
ha sido
de mí?

viernes, 18 de septiembre de 2015

Pictures Of You. The cure


I've been looking so long at these pictures of you
That I almost believe that they're real
I've been living so long with my pictures of you
That I almost believe that the pictures are
All I can feel

Remembering
You standing quiet in the rain
As I ran to your heart to be near
And we kissed as the sky fell in
Holding you close
How I always held close in your fear
Remembering
You running soft through the night
You were bigger and brighter and whiter than snow
And screamed at the make-believe
Screamed at the sky
And you finally found all your courage
To let it all go

Remembering
You fallen into my arms
Crying for the death of your heart
You were stone white
So delicate
Lost in the cold
You were always so lost in the dark
Remembering
You how you used to be
Slow drowned

You were angels
So much more than everything
Hold for the last time then slip away quietly
Open my eyes
But I never see anything

If only I'd thought of the right words
I could have held on to your heart
If only I'd thought of the right words
I wouldn't be breaking apart
All my pictures of you

Looking so long at these pictures of you
But I never hold on to your heart
Looking so long for the words to be true
But always just breaking apart
My pictures of you

There was nothing in the world
That I ever wanted more
Than to feel you deep in my heart
There was nothing in the world
That I ever wanted more
Than to never feel the breaking apart
All my pictures of you


martes, 8 de septiembre de 2015

Ann Druyan sobre Carl Sagan


"Cuando mi esposo murió, porque era muy famoso por no ser creyente, muchas personas se me acercaban – todavía me sucede algunas veces – y me preguntaban si Carl había cambiado al final y se había convertido a la creencia en una vida después de la muerte. También me preguntan frecuentemente si creo que lo volveré a ver. Carl enfrentó su muerte con infatigable valentía y nunca buscó refugio en ilusiones. La tragedia era que ambos sabíamos que nunca nos volveríamos a ver. Nunca he esperado volver a reunirme con Carl. Pero, lo más grandioso es que cuando estuvimos juntos, por casi veinte años, vivimos con una vívida apreciación de cuán corta y cuán preciosa es la vida. Nunca trivializamos el significado de la muerte fingiendo que era alguna otra cosa diferente a un último adiós. Cada momento que estuvimos vivos y que estuvimos juntos fue milagroso – pero no en el sentido de haber sido inexplicable o sobrenatural. Sabíamos que habíamos sido beneficiarios del azar…Que el puro azar haya sido tan generoso y tan amable…Que nos pudimos encontrar, como Carl escribió de forma tan hermosa en Cosmos, sabes, en la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo…Que hayamos podido estar juntos por veinte años. Eso es algo que me sostiene y que es mucho más significativo…La forma en la que me trató y la forma en la que yo lo traté a él, la forma en la que nos cuidábamos el uno al otro y cuidábamos a nuestra familia, mientras vivió. Eso es mucho más importante que la idea de que lo volveré a ver algún día. Creo que no volveré a ver a Carl nunca más. Pero lo ví. Nos vimos el uno al otro. Nos encontramos el uno al otro en el cosmos, y eso fue maravilloso."

lunes, 7 de septiembre de 2015

Julio Cortázar


No me dejes solo frente a ti,
no me libres a la desnuda noche,
a la luna filosa de las encrucijadas,
a no ser más que estos labios que te beben.
Quiero ir a ti desde ti misma
con ese movimiento que fustiga tu cuerpo,
lo tiende bajo el viento como un velamen negro.
Quiero llegar a ti desde ti misma,
mirándote desde tus ojos,
besándote con esa boca que me besa.
No puede ser que seamos dos, no puede ser
que seamos
dos.
 

jueves, 3 de septiembre de 2015

Hernán Casciari. Un perro roto

Un perro puede estar rengo, ronco, ciego, hambriento, descaderado, sordo, encandilado, roto, puede sacar la lengua porque está cansado e inventarse otra para lamerse; puede ser un hotel lleno de parásitos, puede llorar, aullar, desconsolarse, saberse animal y doméstico, puede no tener dios a su perruna imagen y semejanza, ni virgen maría; ni saber la hora, ni saber el año, ni saber si el frío está afuera o en sus huesos, ni saber si aquello que lo pateó es el diablo; puede entender catorce palabras de hombre, y entender que un año para él son siete años y que la muerte llega así más pronto; un perro puede estar mal, horriblemente mal, a punto de morirse, pero igual -si lo llamás con ganas- agarra y viene y te arma fiesta y te mueve la cola y se te queda al lado, por las dudas de que vos estés más triste.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

La noche. Alejandra Pizarnik


Poco sé de la noche

pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la existencia con sus estrellas.

Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.

Tal vez la noche es nada

y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada. Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.

Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella debe arrojar odio a nuestras miradas
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.

Alguna vez volveremos a ser.

jueves, 27 de agosto de 2015

Ray Bardbury


"Algunas personas se vuelven tristes cuando son aún terriblemente jóvenes. Sin motivo especial, parece. Casi como si hubiesen nacido así. Se lastiman más fácilmente, se cansan más pronto, lloran más, recuerdan más. Y, como digo, se vuelven tristes antes que nadie en el mundo. Lo sé, pues soy uno de ellos."

martes, 25 de agosto de 2015

Instrucciones para John Howell. Julio Cortázar

Pensándolo después -en la calle, en un tren, cruzando campos- todo eso hubiera parecido absurdo, pero un teatro no es más que un pacto con el absurdo, su ejercicio eficaz y lujoso. A Rice, que se aburría en un Londres otoñal de fin de semana y que había entrado al Aldwych sin mirar demasiado el programa, el primer acto de la pieza le pareció sobre todo mediocre; el absurdo empezó en el intervalo cuando el hombre de gris se acercó a su butaca y lo invitó cortésmente, con una voz casi inaudible, a que lo acompañara entre bastidores. Sin demasiada sorpresa pensó que la dirección del teatro debía estar haciendo una encuesta, alguna vaga investigación con fines publicitarios. "Si se trata de una opinión", dijo Rice, "el primer acto me parece flojo, y la iluminación, por ejemplo..." El hombre de gris asintió amablemente pero su mano seguía indicando una salida lateral, y Rice entendió que debía levantarse y acompañarlo sin hacerse rogar. "Hubiera preferido una taza de té", pensó mientras bajaba unos peldaños que daban a un pasillo lateral y se dejaba conducir entre distraído y molesto. Casi de golpe se encontró frente a un bastidor que representaba una biblioteca burguesa; dos hombres que parecían aburrirse lo saludaron como si su visita hubiera estado prevista e incluso descontada. "Desde luego usted se presta admirablemente", dijo el más alto de los dos. El otro hombre inclinó la cabeza, con un aire de mudo. "No tenemos mucho tiempo", dijo el hombre alto, "pero trataré de explicarle su papel en dos palabras". Hablaba mecánicamente, casi como si prescindiera de la presencia real de Rice y se limitara a cumplir una monótona consigna. "No entiendo", dijo Rice dando un paso atrás. "Casi es mejor", dijo el hombre alto. "En estos casos el análisis es más bien una desventaja; verá que apenas se acostumbre a los reflectores empezará a divertirse. Usted ya conoce el primer acto; ya sé, no le gustó. A nadie le gusta. Es a partir de ahora que la pieza puede ponerse mejor. Depende, claro." "Ojalá mejore", dijo Rice que creía haber entendido mal, "pero en todo caso ya es tiempo de que me vuelva a la sala". Como había dado otro paso atrás no lo sorprendió demasiado la blanda resistencia del hombre de gris, que murmuraba una excusa sin apartarse. "Parecería que no nos entendemos", dijo el hombre alto, "y es una lástima porque faltan apenas cuatro minutos para el segundo acto. Le ruego que me escuche atentamente. Usted es Howell, el marido de Eva. Ya ha visto que Eva engaña a Howell con Michael, y que probablemente Howell se ha dado cuenta aunque prefiere callar por razones que no están todavía claras. No se mueva, por favor, es simplemente una peluca." Pero la admonición parecía casi inútil porque el hombre de gris y el hombre mudo lo habían tomado de los brazos; y una muchacha alta y flaca que había aparecido bruscamente le estaba calzando algo tibio en la cabeza. "Ustedes no querrán que yo me ponga a gritar y arme un escándalo en el teatro", dijo Rice tratando de dominar el temblor de su voz. El hombre alto se encogió de hombros. "Usted no haría eso", dijo cansadamente. "Sería tan poco elegante... No, estoy seguro que no haría eso. Además la peluca le queda perfectamente, usted tiene tipo de pelirrojo." Sabiendo que no debía decir eso, Rice dijo: "Pero yo no soy un actor." Todos, hasta la muchacha, sonrieron alentándolo. "Precisamente", dijo el hombre alto. "Usted se da muy bien cuenta de la diferencia. Usted no es un actor, usted es Howell. Cuando salga a escena, Eva estará en el salón escribiendo una carta a Michael. Usted fingirá no darse cuenta de que ella esconde el papel y disimula su turbación. A partir de ese momento haga lo que quiera. Los anteojos, Ruth." "¿Lo que quiera?", dijo Rice, tratando sordamente de liberar sus brazos mientras Ruth le ajustaba unos anteojos con montura de Carey. "Sí, de eso se trata", dijo desganadamente el hombre alto, y Rice tuvo como una sospecha de que estaba harto de repetir las mismas cosas cada noche. Se oía la campanilla llamando al público, y Rice alcanzó a distinguir los movimientos de los tramoyistas en el escenario, unos cambios de luces; Ruth había desaparecido de golpe. Lo invadió una indignación más amarga que violenta, que de alguna manera parecía fuera de lugar. "Esto es una farsa estúpida", dijo tratando de zafarse, "y les prevengo que..." "Lo lamento", murmuró el hombre alto. "Francamente hubiera pensado otra cosa de usted. Pero ya que lo toma así..." No era exactamete una amenaza, aunque los tres hombres lo rodeaban de una manera que exigía la obediencia o la lucha abierta; a Rice le pareció que una cosa hubiera sido tan absurda o quizá tan falsa como la otra. "Howell entra ahora", dijo el hombre alto, mostrando el estrecho pasaje entre los bastidores. "Una vez allí haga lo que quiera, pero nosotros lamentaríamos que..." Lo decía amablemente, sin turbar el repentino silencio de la sala; el telón se alzó con un frotar de terciopelo, y los envolvió una ráfaga de aire tibio. "Yo que usted lo pensaría, sin embargo", agregó cansadamente el hombre alto. "Vaya ahora." Empujándolo sin empujarlo, los tres lo acompañaron hasta la mitad de los bastidores. Una luz violeta encegueció a Rice; delante había una extensión que le pareció infinita, y a la izquierda adivinó la gran caverna, algo como una gigantesca respiración contenida, eso que después de todo era el verdadero mundo donde poco a poco empezaban a recortarse pecheras blancas y quizá sombreros o altos peinados. Dio un paso o dos, sintiendo que las piernas no le respondían, y estaba a punto de volverse y retroceder a la carrera cuando Eva, levántandose precipitadamente, se adelantó y le tendió una mano que parecía flotar en la luz violeta al término de un brazo muy blanco y largo. La mano estaba helada, y Rice tuvo la impresión de que se crispaba un poco en la suya. Dejándose llevar hasta el centro de la escena, escuchó confusamente las explicaciones de Eva sobre su dolor de cabeza, la preferencia por la penumbra y la tranquilidad de la biblioteca, esperndo a que callara para adelantarse al proscenio y deci,r en dos palabras, que los estaban estafando. Pero Eva parecía esperar que él se sentara en el sofá de gusto tan dudoso como el argumento de la pieza y los decorados, y Rice comprendió que era imposible, casi grotesco, seguir de pie, mientras ella, tendiéndole otra vez la mano, reiteraba la invitación con una sonrisa cansada. Desde el sofá distinguió mejor las primeras filas de platea, apenas separadas de la escena por la luz que había ido virando del violeta a un naranja amarillento, pero curiosamente a Rice le fue más fácil volverse hacia Eva y sostener su mirada que de alguna manera lo ligaba todavía a esa insensatez, aplazando un instante más la única decisión posible a menos de acatar la locura y entregarse al simulacro. "Las tardes de este otoño son interminables", había dicho Eva buscando una caja de metal blanco perdida entre los libros y los papeles de la mesita baja, y ofreciéndole un cigarrillo. Mecánicamente Rice sacó su encendedor, sintiéndose cada vez más ridículo con la peluca y los anteojos; pero el menudo ritual de encender los cigarrillos y aspirar las primeras bocanadas era como una tregua, le permitía sentarse más cómodamente, aflojando la insoportable tensión del cuerpo que se sabía mirado por frías constelaciones invisibles. Oía sus respuestas a las frases de Eva, las palabras parecían suscitarse unas a otras con un mínimo esfuerzo, sin que se estuviera hablando de nada en concret; un diálogo de castillo de naipes en el que Eva iba poniendo los muros del frágil edificio, y Rice sin esfuerzo intercalaba sus propias cartas y el castillo se alzaba bajo la luz anaranjada hasta que al terminar una prolija explicación que incluía el nombre de Michael ("Ya ha visto que Eva engaña a Howell con Michael") y otros nombres y otros lugares, un té al que había asistido la madre de Michael (¿o era la madre de Eva?) y una justificación ansiosa y casi al borde de las lágrimas, con un movimiento de ansiosa esperanza Eva se inclinó hacia Rice como si quisiera abrazarlo o esperara que él la tomase en los brazos, y exactamente después de la última palabra dicha con una voz clarísima, junto a la oreja de Rice murmuró: "No dejes que me maten", y sin transición volvió a su voz profesional para quejarse de la soledad y del abandono. Golpeaban en la puerta del fondo y Eva se mordió los labios como si hubiera querido agregar algo más (pero eso se le ocurrió a Rice, demasiado confundido para reaccionar a tiempo), y se puso de pie para dar la bienvenida a Michael que llegaba con la fatua sonrisa que ya había enarbolado insoportablemente en el primer acto. Una dama vestida de rojo, un anciano: de pronto la escena se poblaba de gente que cambiaba saludos, flores y noticias. Rice estrechó las manos que le tendían y volvió a sentarse lo antes posible en el sofá, escudándose tras de otro cigarrillo; ahora la acción parecía prescindir de él y el público recibía con murmullos satisfechos una serie de brillantes juegos de palabras de Michael y los actores de carácter, mientras Eva se ocupaba del té y daba instrucciones al criado. Quizá fuera el momento de acercarse a la boca del escenario, dejar caer el cigarrillo y aplastarlo con el pie, a tiempo para anunciar: "Respetable público..." Pero acaso fuera más elegante (No dejes que me maten) esperar la caída del telón y entonces, adelantándose rápidamente, revelar la superchería. En todo eso había como un lado ceremonial que no era penoso acatar; a la espera de su hora, Rice entró en el diálogo que le proponía el anciano caballero, aceptó la taza de té que Eva le ofrecía sin mirarlo de frente, como si se supiese observada por Michael y la dama de rojo. Todo estaba en resistir, en hacer frente a un tiempo interminablemente tenso, ser más fuerte que la torpe coalición que pretendía convertirlo en un pelele. Ya le resultaba fácil advertir cómo las frases que le dirigían (a veces Michael, a veces la dama de rojo, casi nunca Eva, ahora) llevaban implícita la respuesta; que el pelele contestara lo previsible, la pieza podía continuar. Rice pensó que de haber tenido un poco más de tiempo para dominar la situación, hubiera sido divertido contestar a contrapelo y poner en dificultades a los actores; pero no se lo consentirían, su falsa libertad de acción no permitía más que la rebelión desaforada, el escándalo. No dejes que me maten, había dicho Eva; de alguna manera, tan absurda como el resto, Rice seguía sintiendo que era mejor esperar. El telón cayó sobre una réplica sentenciosa y amarga de la dama de rojo, y los actores le parecieron a Rice como figuras que súbitamente bajaran un peldaño invisible: disminuidos, indiferentes (Michael se encogía de hombros, dando la espalda y yéndose por el foro), abandonaban la escena sin mirarse entre ellos, pero Rice notó que Eva giraba la cabeza hacia él mientras la dama de rojo y el anciano se la llevaban amablemente del brazo hacia los bastidores de la derecha. Pensó en seguirla, tuvo una vaga esperanza de camarín y conversación privada. "Magnífico", dijo el hombre alto, palmeándole el hombro. "Muy bien, realmente la ha hecho usted muy bien." Señalaba hacia el telón que dejaba pasar los últimos aplausos. "Les ha gustado de veras. Vamos a tomar un trago." Los otros dos hombres estaban algo más lejos, sonriendo amablemente, y Rice desistió de seguir a Eva. El hombre alto abrió una puerta al final del primer pasillo y entraron en una sala pequeña donde había sillones desvencijados, un armario, una botella de whisky ya empezada y hermosísimos vasos de cristal tallado. "Lo ha hecho usted muy bien", insistió el hombre alto mientras se sentaban en torno a Rice. "Con un poco de hielo ¿verdad? Desde luego, cualquiera tendría la garganta seca." El hombre de gris se adelantó a la negativa de Rice y le alcanzó un vaso casi lleno. "El tercer acto es más difícil pero a la vez más entretenido para Howell", dijo el hombre alto. "Ya ha visto cómo se van descubriendo los juegos." Empezó a explicar la trama, ágilmente y sin vacilar. "En cierto modo usted ha complicado las cosas", dijo. "Nunca me imaginé que procedería tan pasivamente con su mujer; yo hubiera reaccionado de otra manera." "¿Cómo?", preguntó secamente Rice. "Ah, querido amigo, no es justo preguntar eso. Mi opinión podría alterar sus propias decisiones, puesto que usted ha de tener ya un plan preconcebido. ¿O no? Como Rice callaba, agregó: "Si le digo eso es precisamente porque no se trata de tener planes preconcebidos. Estamos todos demasiado satisfechos para arriesgarnos a malograr el resto." Rice bebió un largo trago de whisky. "Sin embargo, en el segundo acto usted me dijo que podía hacer lo que quisiera", observó. El hombre de gris se echó a reír, pero el hombre alto lo miró y el otro hizo un rápido gesto de excusa. "Hay un margen para la aventura o el azar, como usted quiera", dijo el hombre alto. "A partir de ahora le ruego que se atenga a lo que voy a indicarle, se entiende que dentro de la máxima libertad en los detalles." Abriendo la mano derecha con la palma hacia arriba, la miró fijamente mientras el índice de la otra mano iba a apoyarse en ella una y otra vez. Entre dos tragos (le habían llenado otra vez el vaso) Rice escuchó las instrucciones para John Howell. Sostenido por el alcohol y por algo que era como un lento volver hacía sí mismo que lo iba llenando de una fría cólera, descubrió sin esfuerzo el sentido de las instrucciones, la preparación de la trama que debía hacer crisis en el último acto. "Espero que esté claro", dijo el hombre alto, con un movimiento circular del dedo en la palma de la mano. "Está muy claro", dijo Rice levantándose, "pero además me gustaría saber si en el cuarto acto..." "Evitemos las confusiones, querido amigo", dijo el hombre alto. "En el próximo intervalo volveremos sobre el tema, pero ahora le sugiero que se concentre exclusivamente en el tercer acto. Ah, el traje de calle, por favor." Rice sintió que el hombre mudo le desabotonaba la chaqueta; el hombre de gris había sacado del armario un traje de tweed y unos guantes; mecánicamente Rice se cambió de ropa bajo las miradas aprobadoras de los tres. El hombre alto había abierto la puerta y esperaba; a lo lejos se oía la campanilla. "Esta maldita peluca me da calor", pensó Rice acabando el whisky de un solo trago. Casi en seguida se encontró entre nuevos bastidores, sin oponerse a la amable presión de una mano en el codo. "Todavía no", dijo el hombre alto, más atrás. "Recuerde que hace fresco en el parque. Quizás si se subiera el cuello de la chaqueta...Vamos, es su entrada." Desde un banco al borde del sendero Michael se adelantó hacia él, saludándolo con una broma. Le tocaba responder pasivamente y discutir los méritos del otoño en Regent's Park, hasta la llegada de Eva y la dama de rojo que estarían dando de comer a los cisnes. Por primera vez -y a él lo sorprendió casi tanto como a los demás- Rice cargó el acento en una alusión que el público pareció apreciar y que obligó a Michael a ponerse a la defensiva, forzándolo a emplear los recursos más visibles del oficio para encontar una salida; dándole bruscamente la espalda mientras encendía uun cigarrillo, como si quisiera protegerse del viento, Rice miró por encima de los anteojos y vio a los tres hombres entre los bastidores, el brazo del hombre alto que le hacía un gesto conminatorio (debía estar un poco borracho y además se divertía, el brazo agitándose le hacia una gracia extraordinaria) antes de volverse y apoyar una mano en el hombro de Michael. "Se ven cosas regocijantes en los parques", dijo Rice. "Realmente no entiendo que se pueda perder el tiempo con cisnes o amantes cuando se está en un parque londinense." El público rió más que Michael, excesivamente interesado por la llegada de Eva y la dama de rojo. Si vacilar Rice siguió marchando contra la corriente, violando poco a poco las instrucciones en una esgrima feroz y absurda contra actores habilísimos que se esforzaban por hacerlo volver a su papel y a veces lo conseguían, pero él se les escapaba de nuevo para ayudar de alguna manera a Eva, si saber bien por qué pero diciéndose (y le daba risa, y debía ser el whisky) que todo lo que cambiara en ese momento alteraría inevitablemente el último acto (No dejes que me maten). Y los otros se habían dado cuenta de su propósito porque bastaba mirar por sobre los anteojos hacia los bastidores de la izquierda para ver los gestos iracundos del hombre alto, fuera y dentro de la escena estaban luchando contra él y Eva, se interponían para que no pudieran comunicarse, para que ella no alcanzara a decirle nada, y ahora llegaba el caballero anciano seguido de un lúgubre chofer, había como un momento de calma (Rice recordaba las instrucciones: una pausa, luego la conversación sobre la compra de acciones, entonces la frase reveladora de la dama de rojo, y telón), y en ese intervalo en que obligadamente Michael y la dama de rojo debían apartarse para que el caballero hablara con Eva y Howell de la maniobra bursátil (realmente no faltaba nada en esa pieza), el placer de estropear un poco más la acción llenó a Rice de algo que se parecía a la felicidad. Con un gesto que dejaba bien claro el profundo desprecio que le inspiraban las operaciones arriesgadas, tomó del brazo a Eva, sorteó la maniobra envolvemente del enfurecido y sonriente caballero, y caminó con ella oyendo a sus espaldas un muro de palabras ingeniosas que no le concernían, exclusivamente inventadas para el público, y en cambio sí Eva, en cambio un aliento tibio apenas un segundo contra su mejilla, el leve murmullo de su voz verdadera diciendo: "Quedate conmigo hasta el final", quebrado por un movimiento instintivo, el hábito que la hacía responder a la interpelación de la dama de rojo, arrastrando a Howell para que recibiera en plena cara las palabras reveladoras. Sin pausa, sin el mínimo hueco que hubiera necesitado para poder cambiar el rumbo que esas palabras daban definitivamente a lo que habría de venir más tarde, Rice vio caer el telón. "Imbécil", dijo la dama de rojo. "Salga, Flora", ordenó el hombre alto, pegado a Rice que sonreía satisfecho. "Imbécil", repitió la dama de rojo, tomando del brazo a Eva que había agachado la cabeza y parecía como ausente. Un empujón mostró el camino a Rice que se sentía perfectamente feliz. "Imbécil", dijo a su vez el hombre alto. El tirón en la cabeza fue casi brutal, pero Rice se quitó él mismo los anteojos y los tendió al hombre alto. "El whisky no era malo" dijo. "Si quiere darme las instrucciones para el último acto..." Otro empellón estuvo a punto de tirarlo al suelo y cuando consiguió enderezarse, con una ligera náusea, ya estaba andando a tropezones por una galería mal iluminada; el hombre alto había desaparecido y los otros dos se estrechaban contra él; obligándolo a avanzar con la mera presión de los cuerpos. Había una puerta con una lamparilla naranja en lo alto. "Cámbiese", dijo el hombre de gris alcanzándole su traje. Casi sin darle tiempo a ponerse la chaqueta, abrieron la puerta de un puntapié, el empujón lo sacó trastabillando a la acera, al frío de un callejón que olía a basura. "Hijos de perra, me voy a pescar una pulmonía", pensó Rice, metiendo las manos en los bolsillos. Había luces en el extremo más alejado del callejón, desde donde venía el rumor del tráfico. En la primera esquina (no le habían quitado el dinero ni los papeles) Rice reconoció la entrada del teatro. Como nada impedía que asistiera desde su butaca al último acto, entró al calor del foyer, al humo y las charlas de la gente en el bar; le quedó tiempo para beber otro whisky, pero se sentía incapaz de pensar en nada. Un poco antes de que se alzara el telón alcanzó a preguntarse quién haría el papel de Howell en el último acto, y si algún otro pobre infeliz estaría pasando por amabilidades y amenazas y anteojos; pero la broma debía terminar cada noche de la misma manera porque en seguida reconoció al actor del primer acto, que leía una carta en su estudio y la alcanzaba a una Eva pálida y vestida de gris. "Es escandaloso", comentó Rice volviéndose hacia el espectador de la izquierda. "¿Cómo se tolera que cambien de actor en mitad de una pieza?" El espectador suspiró fatigado. "Ya no se sabe con estos autores jóvenes", dijo. "Todo es símbolo, supongo." Rice se acomodó en la platea saboreando malignamente el murmullo de los espectadores que no parecían aceptar tan pasivamente como su vecino los cambios físicos de Howell; y sin embargo la ilusión teatral los dominó casi en seguida; el actor era excelente y la acción se precipitaba de una manera que sorprendió incluso a Rice, perdido en una agradable indiferencia. La carta era de Michael, que anunciaba su partida de Inglaterra; Eva la leyó y la devolvió en silencio; se sentía que estaba llorando contenidamente. Quédate conmigo hasta el final, había dicho Eva. No dejes que me maten, había dicho absurdamente Eva. Desde la seguridad de la platea era inconcebible que pudiera sucederle algo en ese escenario de pacotilla; todo había sido una continua estafa, una larga hora de pelucas y de árboles pintados. Desde luego la infaltable dama de rojo invadía la melancólica paz del estudio donde el perdón y quizá el amor de Howell se percibían en sus silencios, en su manera casi distraída de romper la carta y echarla al fuego. Parecía inevitable que la dama de rojo insinuara que la partida de Michael era una estratagema, y también que Howell le diera a entender un desprecio que no impediría una cortés invitación a tomar el té. A Rice lo divirtió vagamente la llegada del criado con la bandeja; el té parecía uno de los recursos mayores del comediógrafo; sobre todo ahora que la dama de rojo maniobraba en algún momento con una botellita de melodrama romántico mientras las luces iban bajando de una manera por completo inexplicable en el estudio de un abogado londinense. Hubo una llamada telefónica que Howell atendió con perfecta compostura (era previsible la caída de las acciones o cualquier otra crisis necesaria para el desenlace); las tazas pasaron de mano en mano con las sonrisas pertinentes, el buen tono previo a las catástrofes. A Rice le pareció casi inconveniente el gesto de Howell en el momento en que Eva acercaba los labios a la taza, su brusco movimiento y el té derramándose sobre el vestido gris. Eva estaba inmóvil, casi ridícula; en esa detención instantánea de las actitudes (Rice se había enderezado sin saber por qué, y alguien chistaba impaciente a sus espaldas), la exclamación escandalizada de la dama de rojo se superpuso al leve chasquido, a la mano de Howell que se alzaba para anunciar algo, a Eva que torcía la cabeza mirando al público como si no quisiera creer y después se deslizaba de lado hasta quedar casi tendida en el sofá, en una lenta reanudación del movimiento que Howell pareció recibir y continuar con su brusca carrera hacia los bastidores de la derecha, su fuga que Rice no vio porque también él corría ya por el pasillo central sin que ningún otro espectador se hubiera movido todavía. Bajando a saltos la escalera, tuvo el tino de entregar su talón en el guardarropa y recobrar el abrigo; cuando llegaba a la puerta oyó los primeros rumores del final de la pieza, aplausos y voces en la sala; alguien del teatro corría escaleras arriba. Huyó hacia Kean Street y al pasar junto al callejón lateral le pareció ver un bulto que avanzaba pegado a la pared; la puerta por donde lo habían expulsado estaba entornada, pero Rice no había terminado de registrar esas imágenes cuando ya corría por la calle iluminada y en vez de alejarse de la zona del teatro bajaba otra vez por Kingsway, previendo que a nadie se le ocurriría buscarlo cerca cel teatro. Entró en el Strand (se había subido el cuello del abrigo y andaba rápidamente, con las manos en los bolsillos) hasta perderse con un alivio que él mismo no se explicaba en la vaga región de las callejuelas internas que nacían en Chancery Lane. Apoyándose contra una pared (jadeaba un poco y sentía que el sudor le pegaba la camisa a la piel) encendió un cigarrillo y por primera vez se preguntó explícitamente, empleando todas las palabras necesarias, por qué estaba huyendo. Los pasos que se acercaban se interpusieron entre él y la respuesta que buscaba; mientras corría pensó que si lograba cruzar el río (ya esta cerca del puente de Blackfriars) se sentiría a salvo. Se refugió en un portal, lejos del farol que alumbraba la salida hacia Watergate. Algo le quemó la boca, se arrancó de un tirón la colilla que había olvidado; y sintió que le desgarraba los labios. En el silencio que lo envolvía trató de repetirse las preguntas no contestadas, pero irónicamente se le interponía la idea de que sólo estaría a salvo si alcanzaba a cruzar el río. Era ilógico, los pasos también podrían seguirlo por el puente; por cualquier callejuela de la otra orilla; y sin embargo eligió el puente, corrió a favor de un viento que lo ayudó a dejar atrás el río y perderse en un laberinto que no conocía hasta llegar a una zona mal alumbrada; el tercer alto de la noche en un profundo y angosto callejón sin salida lo puso por fin frente a la única pregunta importante, y Rice comprendió que era incapaz de encontrar la respuesta. No dejes que me maten, había dicho Eva, y él había hecho lo posible, torpe y miserablemente, pero lo mismo la habían matado, por lo menos en la pieza la habían matado y él tenía que huir porque no podía ser que la pieza terminara así, que la taza de té se volcara inofensivamente sobre el vestido de Eva y sin embargo Eva resbalara hasta quedar tendida en el sofá; había ocurrido otra cosa sin que él estuviera allí para impedirlo, quédate conmigo hasta el final, le había suplicado Eva, pero lo habían echado del teatro, lo habían apartado de eso que tenía que suceder y que él, estúpidamente unstalado en su platea, había contemplado sin comprender o comprendiéndolo desde otra región de sí mismo donde había miedo y fuga y ahora, pegajoso como el sudor que le corría por el vientre, el asco de sí mismo. "Pero yo no tengo nada que ver", pensó. "Y no ha ocurrido nada; no es posible que cosas así ocurran." Se lo repitió aplicadamente; no podía ser que hubieran venido a buscarlo, a proponerle esa insensatez, a amenazarlo amablemente; los pasos que se acercaban tenían que ser los de cualquier vagabundo, unos pasos sin huellas. El hombre pelirrojo que se detuvo junto a él casi sin mirarlo, y que se quitó los anteojos con un gesto convulsivo para volver a ponérselos después de frotarlos contra la solapa de la chaqueta, era sencillamente alguien que se parecía a Howell, al actor que había hecho el papel de Howell y había volcado la taza de té sobre el vestido de Eva. "Tire esa peluca", dijo Rice, "lo reconocerán en cualquier parte". "No es una peluca", dijo Howell (se llamaría Smith o Rogers, ya ni recordaba el nombre en el programa). "Qué tonto soy", dijo Rice. Era de imaginar que habían tenido preparada una copia exacta de los cabellos de Howell, así como los anteojos habían sido una réplica de los de Howell. "Usted hizo lo que pudo", dijo Rice, "yo estaba en la platea y lo vi; todo el mundo podrá declarar a su favor". Howell temblaba, apoyado en la pared. "No es eso", dijo. "Qué importa, si lo mismo se salieron con la suya." Rice agachó la cabeza; un cansancio invencible lo agobiaba. "Yo también traté de salvarla", dijo, "pero no me dejaron seguir". Howell lo miró rencorosamente. "Siempre ocurre lo mismo", dijo como hablándose a sí mismo. "Es típico de los aficionados, creen que pueden hacerlo mejor que los otros, y al final no sirve de nada." Se subió el cuello de la chaqueta, metió las manos en los bolsillos. Rice hubiera querido prreguntarle: "¿Por qué ocurre siempre lo mismo? Y si es así, ¿por qué estamos huyendo?" El silbato pareció engolfarse en el callejón, buscándolos. Corrieron largo rato a la par, hasta detenerse en algún rincón que olía a petróleo, a río estancado. Detrás de una pila de fardos descansaron un momento; Howell jadeaba como un perro y a Rice se le acalambraba una pantorrilla. Se la frotó, apoyándose en los fardos, manteniéndose con dificultad sobre un solo pie. "Pero quizá no sea tan grave", murmuró. "Usted dijo que siempre ocurría lo mismo." Howell le puso una mano en la boca; se oían alternadamente dos silbatos. "Cada uno por su lado" dijo Howell. "Tal vez uno de los dos pueda escapar." Rice comprendió que tenía razón pero hubiera querido que Howell le contestara primero. Lo tomó de un brazo, atrayéndolo con toda su fuerza. "No me dejes ir así", suplicó. "No puedo seguir huyendo siempre, sin saber." Sintió el olor alquitranado de los fardos, su mano como hueca en el aire. Unos pasos corrían alejándose; Rice se agachó, tomando impulso, y partió en la dirección contraria. A la luz de un farol vio un nombre cualquiera: Rose Alley. Más allá estaba el río, algún puente. No faltaban puentes ni calles por donde correr.

lunes, 24 de agosto de 2015

Escritos de un viejo indecente, Charles Bukowski

Estoy harto ya de esos ingeniosos insignes que tienen que soltar diamantes cada vez que abren la boca. Estoy harto de luchar por cada espacio de aire libre para la mente. Por eso estuve apartado de todos tanto tiempo, y ahora, al volver a ver a la gente, descubro que debo volver a mi cueva, hay otras cosas además de la mente: hay insectos, palmeras y pimenteros de mesa, y yo tendré un pimentero de mesa en mi cueva, para reírme.

El principito, Antoine de Saint-Exupéry

Si amas a una flor de la que solo existe un ejemplar entre millones y millones de estrellas, es suficiente para que seas feliz cuando miras al cielo. Te dices «mi flor está allí, en alguna parte…»

domingo, 23 de agosto de 2015

Oh Me! Oh Life! WALT WHITMAN

Oh me! Oh life! of the questions of these recurring,
Of the endless trains of the faithless, of cities fill’d with the foolish,
Of myself forever reproaching myself, (for who more foolish than I, and who more faithless?)
Of eyes that vainly crave the light, of the objects mean, of the struggle ever renew’d,
Of the poor results of all, of the plodding and sordid crowds I see around me,
Of the empty and useless years of the rest, with the rest me intertwined,
The question, O me! so sad, recurring—What good amid these, O me, O life?



Answer.
That you are here—that life exists and identity,
That the powerful play goes on, and you may contribute a verse.

viernes, 21 de agosto de 2015

Vuelves. Rozalén

Como el agua que se evaporó 
la moneda que lancé al aire 
la sonrisa que se apaga 
la ola que el mar tragó 
como los romances en verano 
los errores que ya cometí 
la niña que dejó el hogar 

Vuelves, tan inesperadamente siempre vuelves 
pero como había esperado, vuelves 
cuando te creí olvidado 
siempre vuelves, vuelves siempre 

Como la cigüeña que emigró 
y mi voz sobre el acantilado 
ese golpe con efecto 
la hoja que cayó y voló 
como todo el bien que provocaste 
la luz en cada amanecer 
mis días de fragilidad 

Vuelves, tan inesperadamente siempre vuelves 
pero como había esperado vuelves 
cuando te creí olvidado
siempre vuelves, vuelves siempre 

Vuelves, vuelves siempre 
siempre vuelves

miércoles, 19 de agosto de 2015

Fragmento de Rayuela, Julio Cortázar

“Oí, esto sólo para vos, para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde hueco era yo, vos temblabas pura y libre como una llama, como un río de mercurio, como el canto de un pájaro cuando rompe el alba, y es dulce decírtelo con las palabras que te fascinaban porque no creías que existieran fuera de los poemas, y que tuviéramos derecho a emplearlas. Donde estarás, donde estaremos desde hoy, dos puntos en un universo inexplicable, cerca o lejos, dos puntos que crean una línea, dos puntos que se alejan y se acercan arbitrariamente.”

martes, 18 de agosto de 2015

miércoles, 5 de agosto de 2015

Culminación del dolor. CHARLES BUKOWSKI

Oigo incluso cómo ríen
las montañas
arriba y abajo de sus azules laderas
y abajo en el agua
los peces lloran
y toda el agua
son sus lágrimas.
oigo el agua
las noches que consumo bebiendo
y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj
se vuelve pomos en la cómoda
se vuelve papel sobre el suelo
se vuelve calzador
ticket de la lavandería
se vuelve
humo de cigarrillo
escalando un templo de oscuras enredaderas.

poco importa

poco amor
o poca vida
no es tan malo
lo que cuenta
es observar las paredes
yo nací para eso

nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.

martes, 4 de agosto de 2015

Vladimir Mayacovski

¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien les hace falta,
quiere decir que alguien quiere que existan,
quiere decir que alguien escupe esas perlas?

Alguien, esforzándose,
entre nubes de polvo cotidiano,
temiendo llegar tarde,
corre hasta llegar hasta Dios,
y llora,
le besa la mano nudosa,
implora,
exige una estrella,
jura,
no soportará un cielo sin estrellas,
luego anda inquieto,
pero tranquilo en apariencia,
le dice a alguien:
“¿Ahora estás mejor, verdad?
¿Dime, tienes miedo?”
¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien les hace falta,
quiere decir que son necesarias,
quiere decir que es indispensable,
que todas las noches,
sobre cada techo,
se encienda aunque más no sea una estrella?