viernes, 18 de enero de 2013

Las olas. Virginia Woolf

Este hombre no despierta mi admiración, ni él me admira a mí. Séame permitido al menos ser honrado. Séame permitido denunciar a este mundo de naderías y memeces, tan satisfecho de sí mismo, estos asientos repletos de pelo de caballo, estas coloreadas fotografías de embarcaderos y desfiles militares. Poco me falta para chillar ante la cómoda satisfacción de sí mismo, y la mediocridad de este mundo que produce tratantes de caballos con adornos de coral pendientes de la cadena del reloj. Llevo en mi interior algo que los destruirá por entero. Mi risa les hará retorcerse en sus sillones, les obligará a echar a correr aullando. No: son inmortales. Triunfan. Por ellos jamás podré leer a Catulo en un vagón de tercera.


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