“Los
pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y
sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen
dispuestos a renovar su esperanza a cada instante, aunque lo disimulen
debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una
suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte
y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso
producido por una nueva y brutal desilusión.”
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