miércoles, 13 de febrero de 2013
Cien años de soledad - Gabriel García Márquez
… pero la misma concentración le proporcionó
la calma que le hacía falta para aceptar la idea de una frustración. (…)
El mundo se redujo a la superficie de su piel, y el interior quedó a
salvo de toda amargura. Le dolió no haber tenido esa revelación muchos
años antes, cuando aún fuera posible purificar los recuerdos y
reconstruir el universo bajo una luz nueva, y evocar sin estremecerse el
olor de espliego de Pietro Crespi al atardecer, y rescatar a Rebeca de
su salsa de miseria, no por odio ni por amor, sino por la comprensión
sin medidas de la soledad. El odio que advirtió una noche en las
palabras de Meme no la conmovió porque la afectara, sino porque se
sintió repetida en otra adolescencia que parecía tan limpia como debió
parecer la suya y que, sin embargo, estaba ya viciada por el rencor.
Pero entonces era tan honda la conformidad con su destino que ni
siquiera la inquietó la certidumbre de que estaban cerradas todas las
posibilidades de rectificación.
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