Este hombre no despierta mi admiración, ni él me admira a mí. Séame
permitido al menos ser honrado. Séame permitido denunciar a este mundo
de naderías y memeces, tan satisfecho de sí mismo, estos asientos
repletos de pelo de caballo, estas coloreadas fotografías de
embarcaderos y desfiles militares. Poco me falta para chillar ante la
cómoda satisfacción de sí mismo, y la mediocridad de este mundo que
produce tratantes de caballos con adornos de coral pendientes de la
cadena del reloj. Llevo en mi interior algo que los destruirá por
entero. Mi risa les hará retorcerse en sus sillones, les obligará a
echar a correr aullando. No: son inmortales. Triunfan. Por ellos jamás
podré leer a Catulo en un vagón de tercera.
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